Wednesday, February 13, 2008

César Calvo

Ausencias y retardos (1963)

I. Nocturno de Vermont

Me han contado, también que allá las noches
tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra.

¿Es cierto que allá en Vermont, cuando sueñas,
el silencio es un viento de jazz sobre la hierba?

¿Y es cierto que allá en Vermont los geranios
inclinan al crepúsculo,
y en tu voz, a la hora de mi nombre,
en tu voz, las tristezas?

O tal vez, desde Vermont enjoyado de otoño,
besada tarde a tarde por un idioma pálido
sumerges en olvido la cabeza.
Porque en barcos de nieve, diariamente,
tus cartas
no me llegan.
Y como el prisionero que sostiene
con su frente lejana las estrellas:
chamuscadas las manos, diariamente
lo busco entre la niebla.

Ni el galope del mar: atrás quedaron
inmóviles sus cascos de diamante en la arena.
Pero un viento más bello amanece en mi cuarto
un viento más cargado de naufragios que el mar.

(Qué luna inalcanzable
desmadejan tus manos
en tanto el tiempo temporal golpeando
como una puerta de silencio suena).

Desde el viento te escribo.
Y es cual si navegaran mis palabras
en los frascos de nácar que los sobrevivientes
encargan al vaivén de las sirenas.

A lo lejos escucho
el estrujado celofán del río
bajar por la ladera
(un silencio de jazz sobre la hierba).

Y pregunto y pregunto:

¿Es cierto que allá en Vermont
las noches tienen ojos azules
y lavan sus cabellos en ginebra?

¿Es cierto que allá en Vermont los geranios
otoñan las tristezas?

¿Es cierto que allá en Vermont es agosto
y en este mar, ausencia...?



II. Ausencias y retardos
(Magdalena: yo sé que tú comprendes por qué bajo la lluvia implacable —como si entre las ruinas, la misma música humeara todavía—, de pie sobre los sueños, coronado de bruma, mirando hacia el levante, permanezco)

I.
Las 12 del silencio que pacen tus palabras.
Bajo mis pies las calles veloces del verano.
Muchachas impregnadas de adiós como los puentes
olvidan su sandalia de bruma entre mis manos.

Por los vertiginosos escombros de los años
alguien va defendiendo tu sitio de los buitres
en el mismo trineo que a los parques condujo
soledades y citas de bengala y geranios.

Es tu juglar de siempre, el sinfónico y largo,
el con los más hermosos silencios confundido,
cubriendo con su sombra tu corazón de mármol.

Todo está igual entonces el viento no ha pasado.
Es Lima recorriendo tus pasos que ni el musgo
mientras la medianoche resbala en los tejados.

II.
También en las paredes,
en el aire,
en la hierba de vidrio que crece sobre el sueño,
en los relampagueantes tejados del mar.
Cubierto por el moho,
escrito con un hueso sobre la arena húmeda,
sangrando como pájaro en la nieve,
ahorcado en las lianas de la lluvia,
dibujado por mí en los urinarios,
rengueando entre las ruinas,
como el humo sonámbulo en los bares,
andrajoso,
sagrado,
incomparable,
a la intemperie,
indefenso aserrín bajo qué pies mojados,
expuesto a la saliva de los mudos,
a las injurias,
a las inundaciones,
a los codazos de los transeúntes,
al amor:

Tu nombre.

Vaho de hollín perdido en un espejo,
serpiente de mercurio
en el pico roto de un huaoquirí,
tu nombre que cae en la mano de los mendigos,
tu nombre como una llave en el fondo de un pozo,
tu nombre como un ala de ceniza
ardiendo
en todas partes
sobre mi corazón.