Thursday, July 29, 2010

PICAFLOR DE LOS ANDES-TESTIMONIO DE UN ARTISTA POPULAR


“Siempre imaginé que había nacido en una casita de paredes bajas, techo de tejas rojas, tapias gruesas, puerta estrecha y sin ventana. Al frente de mi casa (o cuarto) había un inmenso patio pedregoso, al final estaba la casa grande de los dueños de casa, de la mamacha y del ausquis; cuyos aleros de teja cubrían casi una cuarta parte del patio, descansando sobre terrados de eucaliptos labrados con azuela, puntales de Kishuar que terminaban sobre una base o pedestal de piedra, de alaymosca cincelados o labrados (yacu lumi) en este gran patio, para mi pequeña imaginación; había grandes pilas de rajados de eucaliptos oreándose y listo para ser quemado en las próximas fiestas de Mayo. Cuatro o cinco piraguas de choclos para ser despancados y trensados con sus propios ropajes para las huayuncas, sobre las huihscatas, potencias o mantadas al ras del suelo, unas hermosas papas como los morados, los suytos y luntus.

Un poco más allá los balays de shilcos con sus arenosas ocas tomando su baño de sol para ser más dulcetes, y todo esto iría a parar al fondo de los hornos de la pachamanca en el retorno de amigos y familiares para las fiestas del Señor de Chilca o Tayta Pateón.

Casi pegado a la pared de la cocina de los dueños de casa había un jardincito o huerta para las inmediatas de las dolencias, donde no faltaba una planta de oregano, un toronjil, una rama de ruda, algo mas: un hermoso blanquillo que se tallo traspasaba la tapia de la casa ¡Aunque sus años pasaban sobre sus hojas, todavía invitaba con orgullo algunos de sus frutos aromáticos y carnosos! Y como quien dice “no muy lejos que te quiero, ni tan cerca que te pico” un ramal de rocotos de frutos rojos, hojas verdes lanceoladas, para ser devorados por Mamapina, cualquier tarde de la merienda sobre el mate o plato de barro, conjuntamente con un alhuihspallpalche, mote o patache de trigo con su carán (cuero de chancho), más allá de este verde joyel estaba un pulo (o porongo) en desuso que servia para depositar los orines de los que habitaban dicha parte de la casa. Cuando las huamblas y los hualashr volvia de sus faenas agricolas o pastoreo con dolor de barriga, el ispaypuchusa o ispaycpucho con jabon negro de pepita, una frotación quitaba el dolor, recomendaban también los mayores, cuando se sentía el olor a zorrillo, el daño o la envidia rondaba, era bueno regar con el ispaypucho la finca.

Seguramente en este lugar entre las piraguas jugando con otros chiuchis al ashimay ashimay o la paca paca, empece a caminar al lado de mi madre, doña Francisca Mallma, pegado a su faldillin o cotón, ccalachaqui con mi pullo a la cintura (hualacha) con mi huachuco o faja, sin lulipa mi camisa de tocuyo, con dos botones, sin cuello y mi sombrero que me servia para para cubrir mi cabeza o para recibir mi racion de mote o de cancha; algunas veces para beber con ella las aguas de los puquialsitos del rio Shulcas al final de Huanupata, sin desestimarme, sin desmerecerme, sin pensar que fui la victima o el desheredado, esto lo comprobé después de 15 años (Partida N° 114.115. VICTOR ALBERTO GIL MALLMA. 8 de Abril…calle Ayacucho s/n Huancayo)

Así nacieron y vivieron los hombres y mujeres de mi época, de mi región. De ese lugar, no sé cuando ni porque fui transportado a las fatídicas montañas del Perené con pokras y chancas.

En la escuela de padres franciscanos de San Ramón-Chanchamayo, se inició mi chindatatá con palitos de turuna y bolitas de huanchor. Algunas veces como monaguillo o cantarín de las misas, de aquí al 488 de la Merced en cuyas veladas literarias pro-techo de las aulas, actuaba con mi micrófono de tarro de leche vacío, su pedestal de carrizo, cantando: “Yo soy puro mexicano”

En 1947, me retorné ala tierra mi madre, al 518 de la calle Puno para terminar mis estudios primarios. En este lugar de mis recuerdos siguieron mis reflejos de cantante, aunque ya no de versiones mexicanas, sino de temas tristes y melancólicos por la perdida irreparable de mi progenitora. Digo lugar de mis recuerdos, porque muchas veces tenía que escribir sentado sobre adobes y en las rodillas, porque al final de mi año escolástico quedó impregnado profundamente en mis sentimientos un huaynito (diminutivo cariñoso)”Adiós, adiós escuelita/nos vamos ya, nos vamos/lejos de aquí con tristeza/suspiraremos tus recuerdos. Por escasos meses pernocte en el Santa Isabel de Monroy Solórzano y Toro Meléndez, primer cachimbo de la muchachada: “Somos isabelinos y aquel que diga que no…” Siempre cantando en este centro de enseñanza de la calle Cuzco en sus horas sabatinas de aquí a la Universidad de la Vida, para ser señor chofer, maestro constructor, mecanico diesel y otros oficios dignos y modestos para poder subsistir, además formando conjuntos musicales y cantando desde Lamllashpata hasta Pishzucyacún, de Azapampa por San Carlos, Pishcos bordeando el cerrito de la Libertad hasta Pultucya de Ocopilla o también orillando el río florido hacía la capilla del Señor de Chonta y las pampas de Yanama.

Por valles y quebradas por punas y asientos mineros, traspasé los Andes, siempre con mi guitarra o mandolina, porque quería ser artista y que mi nombre apareciera en algunos periódicos dominicales o programas festivos de tricolor y doble tiraje. Cargado de ilusiones, de aspiraciones y sobre todo de sentimientos y canciones llegué a la Gran Lima, pensando que todo era fácil pero aquí se lucha lo imaginable para ser alguien y esto se logra con la calidad y la perseverancia (consejos). Hoy satisfecho (mita mita) de haber puesto mi medio triguito, mi medio maicito en la difusión de nuestra musica nacional. Agradecido a la vez a los hombres del actual gobierno que van abriendo nuevos surcos y nuevos caminos por donde los hombres del nuevo Perú, marchen levantando el pendón de las expresiones musicales y culturales.

VICTOR ALBERTO GIL MALLMA
Picaflor de los Andes


Otro si digo: Que esta es una parte de la verdad convencional, como quien dice: rasumpa rasumin, porque mejor que yo saben y conocen de mi huaccha vida, mis “amigos” los buscavidas.